jueves, 11 de febrero de 2021

"Cóndor": La gran manipulación

 


"Cóndor" (2018-2020) es una de las pocas series que actualmente conservan el clima delirante y oscuro del género de espionaje de los setenta. Fueron, aquellos, años de una gigantesca reacción ante el "peligro comunista", que desde los sesenta se extendía -a juicio de los servicios de información del mundo- como una mancha de aceite por América latina. Todo plan por detenerlo era tan criminal y excesivo como la dimensión diabólica y definitiva que el gobierno de los Estados Unidos daba al "peligro". No era un hecho paranoico nuevo: el macartismo había sido causa y efecto de odio y, al mismo tiempo, de un miedo cerval a Rusia, solo que esta vez la amenaza rusa estaba en el "patio trasero", terminología usual de la politología yanqui de por entonces. No era esa una expresión peyorativa, como interpretó la izquierda, sino del mencionado temor y de la posesión geopolítica de la que se hacía cargo Washington. Decir "patio trasero" equivalía a decir "las propias espaldas". 

  En aquellos años, precisamente en 1975, en el Cono Sur, y a instancias de Chile, se creaba un sistema de "cooperación" entre los servicios secretos, auspiciado, claro, por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos. Se dio en llamar "plan Cóndor", y fue en realidad una organización interamericana de terrorismo para-estatal. Un año antes, en 1974, se publicó la novela "Seis días del Cóndor", de James Grady, que trata de una conspiración en el seno de la máxima organización conspirativa. El segundo mojón de  lo que sería una larga cadena de películas y series sobre conspiraciones internas de la CIA fue tal vez la secuela cinematográfica de "Seis días del Cóndor". Sydney Pollack dirigió esa versión precisamente en 1975. La protagonizó Robert Redford. En el título, los días de Cóndor se redujeron de seis a tres. No sabemos si fue casual que Grady eligiera para el protagonista de su relato el nombre en clave de Cóndor, pero se puede considerar su novela como el prototipo de innumerables productos de la industria cultural sobre ese tipo de conspiraciones, que hicieron honor a la extendida creencia de que habría huellas ominosas e indetectables de la agencia en casi cualquier suceso internacional, e incluso nacional, que implicara asesinatos y manipulación de datos. Quizá la cumbre de ese verdadero sub-género -que Netflix, tan creativo en inventar categorías, no bautizó aún- hayan sido las primeras tres películas sobre el agente Jason Bourne que interpretó Matt Damon: "La identidad de Bourne" (2002), "La supremacía de Bourne" (2004) y "El ultimátum de Bourne" (2007), basadas en tres novelas de Robert Ludlum publicadas en los ochenta. En ellas los planes delirantes alcanzaron su máxima expresión con la  aparición de un asesino convertido en una máquina de matar sin culpa, cuya memoria ha sido borrada. Y así llegamos a este nuevo "Cóndor", creado por Todd Katzberg y Jason Smilovic, cuyo esquema argumental es el mismo de la novela y de la película: un analista que rastrea datos en una empresa-fachada de la CIA, pero no participa en trabajos de campo -un intelectual, digamos, al igual que sus compañeros-, se salva de una masacre de todo el personal de su oficina y comienza a ser perseguido por asesinos de la propia CIA.

  A diferencia de sus antecesoras, la serie "Cóndor" coloca una conspiración política internacional -orientada contra un enemigo mortal omnipresente- en el lugar de origen de la masacre de los analistas. Este cóndor es un recopilador de datos mediante un software de su invención, que sin aviso fue utilizado para descubrir y asesinar a un terrorista saudí en territorio de los Estados Unidos (sabemos que la CIA no puede actuar fronteras adentro, pero, en fin, tampoco debería asesinar). Joe Turner tiene cuestionamientos de conciencia que no logra resolver porque repentinamente se convierte de fisgón en perseguido. Su lucha por sobrevivir y llegar a la verdad conformará la trama vibrante -al viejo estilo- de la primera de las dos temporadas de la serie. La segunda es más o menos enredada también, pero el tema es otro.

   Desde que los servicios secretos mundiales comenzaron a provocar hechos para atribuirlos al enemigo, esa técnica perversa del espionaje se ha perfeccionado, y quizá podría llegar a la monstruosidad que la trama devela. Uno de los cuyos méritos será registrar también que las conspiraciones dentro de la conspiración no son productos solo de ambiciones, corrupción o locura, sino de una estructurada ideología que modifica la apariencia de la realidad conscientemente y con el fin de lograr efectos en un terreno muy abonado -hay que decirlo- por la teoría de la pos-verdad.

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Fox/Flow



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