domingo, 27 de marzo de 2022

"La elegida": Deben ser los marcianos, deben ser

 

La fantasía sobre la llegada de seres de otros planetas se centró tradicionalmente en Marte, de allí que, en el léxico común, marciano fuera equivalente a extraterrestre. Desde "La guerra de los mundos" (1898), de H.G. Wells, hasta las "Crónicas marcianas" (1950), de Ray Bradbury, el "planeta rojo" cargó con la condena de ser imaginado como la casa de perversos seres hechos básicamente de carbono, como nosotros, pero verdes, grises o amarillos. Wells, Bradbury, dos clásicos de la rama extraplanetaria de la ciencia-ficción, no tuvieron en cuenta dos cuestiones planteadas por un científico decisivo del siglo Veinte y un líder político revolucionario, más o menos para la misma época. Por un lado, los viajes intergalácticos son imposibles o durarían muchísimos años, puesto que, como demostró Albert Einstein en sus dos teorías de la relatividad (1905 y 1915), la máxima velocidad posible en el universo conocido es la de la luz, y sólo la luz puede viajar a la velocidad de la luz. Por su parte, y fiel a la doctrina del socialismo científico, Vladimir Lenin, interrogado por el propio Wells sobre la existencia de vida extraterrestre -en un célebre reportaje en 1920 que el inglés tituló "El pequeño soñador del Kremlin"-, dijo: "Si lográramos establecer comunicaciones interplanetarias, todos nuestros conceptos filosóficos, morales y sociales tendrían que ser revisados. En tal caso, el potencial técnico, no reconociendo más límites, impondría el fin de la regla de la violencia como medio y método de progreso." Es decir, Lenin creía que una civilización con alto grado de desarrollo tecnológico debía ser también moralmente superior. Partía de la visión hegeliana del propio Karl Marx sobre el desarrollo de las sociedades. Pues bien: Wells, Bradbury y tantos otros desafiaron ambos presupuestos: los marcianos podían viajar a velocidades inconcebibles sin alterar su masa, y no eran, pese a su gran inteligencia, mejores, sino acaso peores que los humanos. 

Orson Welles llevó hasta el paroxismo el terror a los marcianos en 1938, cuando emitió "La guerra de los mundos" en forma de boletines de radio, sin avisar a los estadounidenses que se trataba de una ficción. Unos 12 millones de personas escucharon la trasmisión de la CBS sobre un aterrizaje en Nueva Jersey y en minutos varios centenares de miles de esos oyentes atestaron las carreteras, los puentes y túneles, corrieron a las comisarias o salieron armados de escopetas y revólveres. 

¿A qué viene todo esto? A que con una tradición como esta, que culmina a mi juicio con la serie "Los expedientes secretos X" (1993-2018), cualquier producción sobre marcianos (extraterrestres en general) corre peligro de no estar a la altura. La serie danesa "La elegida" (2022) bordea este peligro, se chamusca con él un poco, deriva erráticamente entre la comedia grotesca, la aventura juvenil y el terror cósmico, y aún así mantiene el interés hasta desembocar en un final de temporada abierto. Jannik Tai Mosholt y Christian Potalivo, sus creadores, habían tenido éxito con otras producciones de ciencia-ficción en su país, sobre todo "The rain" (2018-2020), sólida porque se afirmaba en otro terror: el terror a los virus, tan de época. Curiosamente, el ingenio de Wells recurrió a los microbios para solucionar su guerra: en su novela los marcianos no traen la inmunidad suficiente y los microrganismos se convierten en la más eficaz resistencia a la invasión. 

"La elegida" pertenece a una variante del subgénero marciano que podríamos llamar "ellos ya están entre nosotros". Empieza con un planteo casi humorístico: gracias a la caída de un meteorito, el pequeño pueblo danés de Middelbo logra salir de la depresión económica en que lo sumió el cierre de un astillero. La roca se conserva en una vitrina junto al gran cráter que produjo al estrellarse. Cualquiera, hasta un niño -y de hecho un niño lo dice- puede darse cuenta de que no hay relación entre el tamaño de la piedra y el del agujero. La piedra es ridículamente pequeña. Pronto se revelará el absurdo modo en que el pueblo atrae a los turistas. Mientras tanto, un grupo de científicos recibe señales del espacio exterior y localiza la recepción de esas señales en el mismo pueblo donde se exhibe el supuesto meteorito. Y entra aquí en escena un grupo de jóvenes dedicados a investigar la verdad sobre lo que ocurrió en el pueblo hace 17 años. Emma, una chica de exactamente 17 años que trabaja como guía turística, es quien ha sacudido el avispero cuando, ante el pedido insistente del chico incrédulo del primer episodio, abrió la vitrina y el supuesto meteorito cayó al piso. No contaré más, salvo que al develarse los secretos, incluido el del origen de la propia Emma -que mantiene relaciones plurisexuales como para entretener, aunque no tengan la menor relevancia en el relato- queda un gusto a poco. Es excelente la imagen, y destacable la intervención de un extraterrestre recién llegado, al comienzo amigable con Emma en base a un engaño... previsible: los que él acusa como una raza invasora infiltrada en la humanidad -o más específicamente en el pueblo de Middelbo- no tienen pinta de "malos" tampoco.

---

Netflix, seis episodios


No hay comentarios: