Es difícil restablecer la ley en una inmediata posguerra, sobre todo si esta posguerra es la de la Segunda Guerra Mundial y el escenario es Berlín, en ruinas casi completamente después de los bombardeos y cañoneos de los ejércitos occidentales y del Ejército Rojo. Es casi una burla restablecer la ley con cuatro ejércitos que se han dividido en cuatro la administración de la capital de Alemania. Difícil, con el ansia de revancha contenida de los ejércitos vencedores, la escasez, y una vida en general de ratas, aunque con el indómito espíritu de redención de la raza humana, que en este caso intenta reconstruir la ciudad ladrillo por ladrillo. Y es aún más difícil en el comienzo de la Guerra Fría, con el espionaje de una cuadra a la otra. Sin embargo, eso es lo que intenta una comisaría del sector estadounidense, cuya dotación es mayormente de civiles convertidos en policías, cuyas únicas armas son patas de mesas y camas, usadas a modo de garrotes, y cuya sede son las ruinas de un banco. Allí llega, delegado por el gobierno de los Estados Unidos, un policía de Brooklyn, quien pronto comprende que su primera tarea para organizar la comisaria es conseguir que el vicecónsul de su país provea alimentos, ropa y armas para sus agentes. Sin embargo, pronto se revelará el principal enemigo del policía recién llegado, y asimismo su oculto propósito: encontrar a su hermano, desertor o desaparecido en combate.
En el escenario -que se basa en fotografías históricas de la destrucción de Berlín- y en la singular tarea de esa comisaría reside la originalidad de la serie "Los derrotados", en cuanto a policial. Ha sido el resultado de productoras de Francia, Canadá, Alemania y de la pan-nórdica Nordic, pero el guión y la dirección es de los suecos Björn Stein y Måns Mårlind. La inspiración se debe a este último, quien recordó Las siete bromas de Max y Moritz, un cuento en verso de Wilhelm Busch, publicado en 1865, con el que aprendieron a leer muchos alemanes. Mårlind bautizó Marx y Moritz a los hermanos McLaughlin: Max, el detective de Brooklyn, y Moritz el hermano soldado, perdido o prófugo. Se encontrarán pronto, una vez que Max averigüe que el horror descubierto por los estadounidenses en el campo de concentración de Dachau, liberado por el VII Ejército de los Estados Unidos, fue lo que precipitó la desaparición de Moritz, después de que, durante la noche, gastó todas sus municiones en matar sin juicio a guardias del campo.
Dos son las historias principales que narra "Los derrotados": la búsqueda del soldado desparecido y la del rey de la prostitución de esa Berlín real-imaginaria, el médico llamado "Engelmacher" (creador de ángeles), cuyo imperio subterráneo se basa en los abortos clandestinos a mujeres violadas. Las dos historias tienen ecos en la literatura popular del siglo: la del Engelmacher no puede menos que recordar a los super-villanos de la historietística estadounidense -si se compara, es sin embargo menos cruel que el médico Sigmund Rascher, quien realizaba experimentos con moribundos en Dachau, precisamente-; la otra búsqueda será finalmente la de un vengador, también con resonancias en la tradición del policial de cine y tevé, y antes, en la historieta. En este punto, hay mucho más realismo, incluso insufrible para cualquier sensibilidad. Y la suma de ambas vertientes narrativas, más las historias individuales, empezando por la de la jefa de la comisaría, Elsie Garten, crean un ambiente de tensión, donde los negocios turbios y el espionaje son el mar de fondo.
Es de esperar una segunda temporada, pero la primera termina con conflictos semi-resueltos, que podrían quedar así, como en la vida misma, o prolongarse, como en la vida.
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