Diario de Series
domingo, 8 de septiembre de 2024
"Confusión de elite" y "Justicieros": De la teoría del caos al caos de la teoría
miércoles, 12 de abril de 2023
"Transatlántico": París ya no era un fiesta
viernes, 31 de marzo de 2023
"Fenris": El lobo no está
viernes, 16 de diciembre de 2022
"Los misterios de la hermana Boniface": No es ninguna monjita
"Los misterios de la hermana Boniface" (2022) realza el que algunos críticos ingleses llaman "período policíaco" de la literatura inglesa, no porque no existiera otro tipo de literatura entre fines del XIX y primeras décadas del XX en Inglaterra, sino porque en ese período tuvieron enorme éxito comercial y popular las historias de Sherlock Holmes, escritas por Conan Doyle, y las de los detectives de Agatha Christie, sobre todo Hércules Poirot. Para el mundo, esas novelas representan el "policial clásico", en tanto las escritas en la costa Oeste de los Estados Unidos entre los años 30 y 50 del siglo XX dieron nacimiento al "policial duro".
Fuera de que las figuras de los detectives y los ambientes son de épocas y dos sociedades distintas, no hay mayores diferencias en las tramas de los policiales "clásico" y "duro": los crímenes ocurren en ambientes normales (por así llamarlos) y el gran atractivo de esas historias es precisamente ése: que la normalidad oculte la capacidad criminal de mucha gente. Lo descubrió Sherlock Holmes en su primera novela. "Estudio en escarlata" se titula así en alusión a una definición del detective del gorro de caza y la pipa calabash: las pistas de los asesinatos son como un hilo rojo que corre por debajo de los hechos comunes. El trabajo del detective consiste en ponerlo a la luz. En otras palabras, para el policial "clásico" y el "duro" el asesinato está incrustado en la mejor sociedad -preferentemente en la mejor de la mejor- y hay que excavar hacia él como hacia una pepita de oro (de oro diabólico, claro). Con el tiempo, el policial comenzó a indagar en la anormalidad: la psicopatía, la marginalidad, el crimen por encargo, que es a la vez psicopático y profesional y está ligado al tráfico de drogas, mujeres o armas, y al mundo de las apuestas.
La serie de la BBC, basada en las historias de Jude Tindall, fue definida como un spin-off de los libros de G. K. Chesterton, cuyo padre Brown se sumó a la saga de detectives excéntricos, que son los que constituyen lo "anormal" en la normalidad (Holmes con su gorra casual y cocainómano, Poirot con su exagerada elegancia y su maníaca pulcritud). No me pregunte qué significa spin-off.
Chesterton eligió una cura católico en un país cuya mayoría es anglicana, es decir, que no le otorga la máxima autoridad religiosa al Papa sino al rey o la reina. Fue con esto, tal vez, anti monárquico, o quizá era él mismo extravagante. La hermana Boniface aparece en uno de sus relatos, y Jude Tindall no puede menos que rendir tributo a Chesterton, de modo que el padre Brown contribuye a una de las investigaciones de la hermana. También -hay que decirlo- se menciona a Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, pero la gente del pueblo imaginario de Great Slaughter (Gran Matanza) ignora quién es. Se trata de un pueblo rural, y el detective de Doyle actuaba en la lejana Londres. Estamos en la década de los 60, pero un pueblo inglés es siempre un pueblo inglés.
Quizá la hermana Boniface es uno de los detectives más excéntricos creados por el policial en todos los tiempos. Supera a miss Marple, la tranquila anciana pueblerina y detective aficionada imaginada por Agatha Christie.
La hermana es una monja graduada en química y criminalística (mucho, aun para la revolucionaria década de los 60), tiene un laboratorio en un convento, el imaginario convento de San Vicente en el pueblo de la Gran Matanza. Es bastante para un pueblo de unos cientos de habitantes. La monja anda en una motoneta Vespa con sidecar y siempre colabora con los detectives Sam Gillespie y Félix Livingstone, a quienes se suma la agente Peggy Button, y no pocas veces los ayuda o entorpece la reportera Ruth Penny, de The Albion Bugle (La Corneta de Albión)
Aun cuando en la Gran Matanza puede pasar de todo, los habitantes son tan pocos y tan tradicionales -la más británica entre ellas, la casera que alquila habitaciones a Gillespie y Livingstone- que es imposible que todos sean asesinos. Más que nada porque, si así fuera, en poco tiempo el pueblo terminaría auto-extinguiéndose. Así que muchos crímenes suceden a raíz de visitas del exterior, como la de un representante del "pueblo hermanado" de Alemania -el capítulo es una gran ironía sobre la guerra y la posguerra, "lo alemán" y "lo inglés"-, o una chef displicente y ególatra, o la actuación de un grupo de rock parecido a Los Beatles.
Toda la prensa europea trató con alguna simpatía el comienzo de la serie, sin dejar de señalar que se trata de un "policial liviano". Como si el fin de todos ellos no fuera alivianarnos de la posibilidad siniestra de que cualquiera puede ser un asesino, y, más modernamente, de que el crimen paga, y a veces mucho.
Las locaciones de la primera temporada fueron pueblos de distintos condados ingleses, como Coswold, Rugby y Chipping Norton.
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Film & Arts/Flow
domingo, 20 de noviembre de 2022
"El encargado": Un portero de alma
El costumbrismo cercano al grotesco es una línea casi constante en el cine y la televisión argentinos desde la década de los 70. "El encargado", de Mariano Cohn y Gastón Duprat, no hace esfuerzos para salir del modelo, al contrario, lo profundiza hasta que parece natural. Es como si dijera: al fin y al cabo somos un país que se regocija en sus hábitos, oportunista, malicioso, comprador y verbalmente violento.
Ya saben que "El encargado" suscitó recelo y suspicacias del sindicato de los porteros de Buenos Aires, al punto de que la grabación de la serie en un edificio del barrio de Belgrano (de estilo "brutalista", según lo define una vecina, arquitecta, en la ficción) coincidió con la visita de inspectores sindicales, a pretexto de comprobar que el trabajo del encargado verdadero estuviese en regla. Luego, provocó una protesta formal. Me parece que además del argumento "esto es una ficción" se debería apelar a otro para responder a la inquietud sindical: lo que hace el personaje de Guillermo Francella en la serie no es más que la defensa de su puesto de trabajo. Cualquier encargado sabe que las gestiones sindicales no pueden impedir un despido en toda la regla. Y el portero Eliseo no quiere que lo despidan. No lo tienta retirarse, incluso con un enorme monto indemnizatorio que contempla treinta años de trabajo. Sólo quiere seguir siendo el portero de ese edificio en el que transcurrió gran parte de su vida.
La cuestión del despido viene aparejada con la de construir una pileta de natación en la terraza del edificio, proyecto de una burguesía de mediana a alta que continúa en el ensueño de la "movilidad social". Para hacer la obra, se necesita demoler la casa del encargado, ubicada precisamente en la terraza. Esto da lugar a la idea de prescindir del encargado mismo -"la figura del encargado", dice eufemísticamente el líder del proyecto- y reemplazarlo por una empresa de limpieza. "Es el futuro", es la modernización, se regocijan los principales partidarios de la obra natatoria y del despido. Hay un problema, sin embargo: todo debe ser aprobado por mayoría en una asamblea de propietarios. He aquí, entonces, una ventana que se le abre a Eliseo: en esa especie de período preelectoral usará todo tipo de recursos, desde la seducción y el servilismo hasta el chantaje, para ganarse los votos de la mayoría. Su principal oponente es el turbio abogado penalista Matías Zambrano, presidente de Consejo de propietarios. Ante la probable paridad de votos, Eliseo acude incluso al sabotaje. Y no tiene remordimientos en culpar a un proveedor de servicios del que, hasta ese momento, recibía coimas. No todos los encargados están representados aquí, pero que los hay coimeros y manipuladores, el sindicato lo sabe.
Dos de las rutinas divertidas de la serie son los encuentros de Eliseo con el portero del edificio de al lado, con el que -apoyados ambos en un pilar- juegan a adivinar la ocupación y las circunstancias de las personas que pasan por la vereda de enfrente, y las charlas nocturnas de Eliseo con el guardia de seguridad que habita en un tótem (así los llaman), es decir, una pantalla, en el edificio de enfrente.
Hay una lección, por así llamarla: el buen argentino debe saber que gana el que mejor sostiene su máscara. Hasta el final y ante cualquier provocación.
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Star+
martes, 18 de octubre de 2022
"Bosch": Los cotidianos infiernos de la ciudad de los ángeles
Hay mucha ficción policial identificada con ciudades, escenarios que son co-protagonistas de la historia. Andrea Camilleri relacionó a su detective, el comisario Montalbano, con ciudades de la costa siciliana, y, en homenaje al escritor, Porto Empedocle, su paese, fue rebautizado Porto Empedocle Vigata. El segundo nombre es el de la ciudad de ficción de Montalbano. Para no quedarse atrás, Maurizio Di Giovanni situó a los bastardos de Pizzofalcone, encabezados por el inspector Giuseppe Loiacono, en Nápoles; cuando sus novelas se convirtieron en serie, exigió a la cámara recorrer interiores y mostrar exteriores de la antigua ciudad de manera permanente. Los anglosajones no parecen tan identificados con las ciudades de sus detectives de ficción, pero no se puede negar que las historias de Sherlock Holmes, pensadas por el sir Arthur Conan Doyle, solo pueden suceder en Londres. Y que los polos irradiantes de la novela negra estadounidense fueron fijados en San Francisco y Los Ángeles, respectivamente por Dashiell Hammett y Raymond Chandler.
El escritor Michael Joseph Connelly (Filadelfía, 1956) decidió disputarle a Chandler el amor por la ciudad más poblada de California. Era un arduo desafío. Los Ángeles es el escenario de novelas mitológicas como "El largo adiós". Conelly es uno de los productores y el supervisor del guión de sus novelas llevadas a serie televisiva desde 2015 a 2021 (siete temporadas, por ahora) y a él pertenece -o él aceptó- en primer lugar una visión cósmica de esa ciudad fabulosa, cruzada de autopistas, mezcla de todo tipo de viviendas residenciales con calles sórdidas, bajo un imponente horizonte de rascacielos. Su detective, Hyeronimus Bosch, familiarmente llamado Harry, tiene por empezar un nombre que evoca el infierno microscópico de acciones simultáneas del pintor renacentista de los Países Bajos, conocido en español como el Bosco. Así que puede decirse que no es casualidad que su casa sea un gran balcón sobre un abismo. Sostenida por parantes de hierro en una ladera, desde su terraza Bosch verá cada noche titilar un mar de luces, así como Dante Alighieri vio aquella multitud de mínimas llamas en el fondo de un barranco del Octavo Círculo, de modo tal que pudo relacionar esa visión infernal con un valle vespertino sembrado de luciérnagas, contemplado por un labrador desde, precisamente, la falda de una colina de la Toscana.
La serie "Bosch" tiene algunos de los lugares comunes del policial moderno, tanto estadounidense cuanto europeo: el protagonista está divorciado, en este caso de una ex agente del FBI, actualmente jugadora profesional de cartas en los casinos de Las Vegas, y convive con una hija adolescente, Maddie. Pero un guión inteligente concibió a la hija dotada de tanto amor por el padre cuanto de espíritu crítico. De manera que se torna esencial en las noches solitarias de Bosch, como las luces de la ciudad y el jazz que surge de viejos vinilos. Bosch es un policía de los noventa: algo retro. Y poco galán. Con canas en las sienes y parla corta. Suele transgredir los protocolos policiales y esto le ha costado algún juicio pero es legendario en la policía de Los Ángeles por su increíble foja de servicios, el gran número de casos que lleva resueltos. Hay uno sin embargo que no ha logrado esclarecer en años: el asesinato de su madre, una prostituta, en un hotel frecuentado por personajes prominentes. Una oscuridad en el pasado es también un lugar común entre los detectives de ficción modernos, sobre todo los europeos (excepto los italianos, en general).
Harry Bosch no es solo la melancólica sombra de un hombre que vive en un infierno de crímenes. Hay política, y la política lo envuelve en un sistema en el que los fiscales son elegidos por sufragio y un comandante de la policía -como el jefe Irving- puede aspirar a convertirse en alcalde, por lo que deberá tapar o ventilar algunas cuestiones. La política también se refleja en las complicadas relaciones entre las tres grandes comunidades de Los Ángeles: la de los blancos anglosajones, los negros y los llamados latinos, es decir, mestizos o hispanos de México y otros países de América Central y del Sur. A su vez los negros provienen de Centroamérica -haitianos que hablan creole y jamaiquinos- o son descendientes de los esclavos del sur del país. Las comunidades están tocadas por el delito y los prejuicios. La política pesca votos en esa masa multiétnica y tendremos un alcalde y una alcaldesa latinos que buscan atraer al jefe Irving, que es negro, o lo enfrentan en su carrera al Ayuntamiento.
El detective tendrá enfrente a una madura, fina y ambiciosa abogada que será su acusadora al principio. El novelista la ha apellidado justamente Chandler, y su sobrenombre es Money (dinero). Se convertirá en aliada de Bosch más adelante, y eso le costará un tiempo en terapia intensiva. Otros personajes -la teniente lesbiana Billets y el elegante J. Edgar, compañero de Bosch- sobrellevan sus propios conflictos. De esta manera, una buena cantidad de hilos narrativos se mezclan sin confundirse.
"Bosch" tiene el mérito de crear un detective en el que se hacen visibles el cansancio, la íntima desazón, el dolor, sin que todo eso se convierta en un drama abrumador. Ni conduzca al alcoholismo. Todos hemos conocido gente como Bosch. Y ese es el motivo de que al principio la serie nos parezca gris, pese al mar de luces bajo las ventanas de una casa que desafía los terremotos en California.
Escenas de la serie fueron filmadas en el edificio real de la comisaría del barrio de Hollywood y muchos de los extras son policías de la repartición. Dos veteranos de ficción, conocidos como el Gordo y el Flaco, jugarán allí las notas humorísticas. Sin exceso, como todo en esta historia.
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